jueves, 6 de junio de 2013

La importancia de lo que piensen los demás



Sufrir una afrenta al honor y no responder es admitir una falta de virilidad
-J Guillais, Crimes of Passion


Nos importa mucho lo que piensen los demás. Hay una variación individual en este rasgo pero a la mayoría de nosotros nos afecta mucho la opinión que de nosotros tengan los demás. Algunas personas o escuelas consideran esto una debilidad, un defecto, algo de lo que deberíamos librarnos, como de los celos o la envidia. Pero esta valoración se basa en una visión individualista y errónea de la naturaleza humana, somos primates sociales y tiene toda la lógica del mundo que nos importe lo que piensen los demás. Nuestro mundo son los demás y frente a ellos nos jugamos nuestra reputación, nuestro prestigio y en definitiva nuestro estatus, que es algo muy serio, pocas cosas lo son más: la gente considera que merece la pena matar por su reputación. En el mundo anglosajón hay un dicho infantil que dice más o menos: “Los palos y piedras pueden partir mis huesos pero las palabras no pueden herirme”. Los padres y educadores tratan de inculcarlo pero es descaradamente falso. Mucho más cierto es la cita del libro de Sirácides o del Eclesiastico, un apócrifo, que dice: “el golpe del látigo te hace marcas en la carne, pero el golpe de la lengua rompe los huesos”. En el mundo de la competición sexual, y social en general, la reputación social tiene consecuencias más dramáticas que un hueso roto o una herida.


Hablo especialmente de los hombres, que son los más dispuestos a golpear, matar o vengarse de alguien que les ha humillado en público.Los hombres que no tienen estatus son los perdedores en el juego del emparejamiento y de dejar descendencia y eso es algo muy grave. Un alto porcentaje de los asesinatos entre hombres se cometen por lo que se llama “altercados triviales”, es decir verdaderas tonterías cuando se ven desde fuera. Un detective de homicidios de Dallas decía: “los asesinatos se producen por pequeñas discusiones acerca de nada”. El tipo de bobadas como que uno choca con alguien al pasar en un bar y:
- no empujes
- ¡que no te he empujado gilipollas!
- ¡gilipollas será tu puta madre...!

Y ya está liada, el que ha sido insultado ya no puede echarse atrás...Los hombres perciben los insultos públicos como un desafío a su masculinidad, su virilidad, su valor como aliado, su capacidad para proteger a su mujer y sus hijos. Si el hombre insultado no responde, pierde su estatus y en nuestro pasado evolucionista esto significaba que nadie iba a querer ser tu aliado o tu compañero, porque no iba a estar seguro de que pudieras defender tus recursos. Y las mujeres tampoco te iban a querer escoger como compañero porque habrías demostrado que no sabes defender lo tuyo, que otro hombre podría superarte y quedarse con tu mujer y los bienes que pudieras tener con el riesgo para la supervivencia de los hijos. Así que si usamos la lógica evolucionista estos altercados triviales no son nada triviales porque lo que está en juego es el estatus, la reputación.

Hay un experimento de Bert Brown sobre la venganza que ilustra muy bien la importancia de lo que piensan los demás. El experimento estaba pensado para ver cuándo la gente estaría tan motivada para vengarse, para saldar cuentas, que fuera capaz incluso de incurrir en costes para ellos mismos. En el experimento participaron sólo hombres jóvenes y era una especie de videojuego primitivo en el que dos sujetos jugaban a gestionar una compañía de transportes y ganaban dinero conduciendo unos camiones por unas carreteras. El truco del experimento estaba en que uno de los dos tenía derecho a controlar un tramo de carretera y podía cobrarle al otro un dinero por su uso. En la primera ronda, el que tenía ese derecho no era un participante más sino que estaba conchabado con los experimentadores para fastidiar, y en algunos momentos hacía que el sujeto del experimento perdiera grandes cantidades de dinero. En la segunda ronda del experimento se cambiaban los roles y el sujeto podía controlar ahora el deseado tramo de carretera y cargar tarifas, esto daba evidentemente la posibilidad de vengarse del cebo del experimento. Pero el precio de las tarifas llevaba también una condición. Las tarifas altas implicaban pagar luego unas tasas más altas de manera que si el sujeto se pasaba pidiendo dinero, al final él pagaba en tasas más de lo que había ingresado con las tarifas, es decir que perdía dinero. Además la razón del experimento era ganar dinero, no tenía sentido perder dinero por vengarse de alguien.

La mayoría de los sujetos no quiso vengarse a cualquier coste, pusieron tarifas que les permitieron recuperar sus pérdidas pero se frenaban de subir los precios y perder dinero. Pero hubo una excepción, una circunstancia del experimento que hacía que los sujetos perdieran la cabeza  y no se controlaran. En el intermedio, cuando paraban para cambiar roles, el experimentador le decía al sujeto que había un público que estaba viendo el juego y formándose una opinión de los jugadores, y entonces le decía al sujeto lo que la audiencia pensaba de él. A unos les decían que aunque habían perdido dinero la audiencia tenía muy buena opinión de ellos porque habían jugado honorable y legalmente. A otros les decían que el cebo les había hecho quedar como un tonto al cobrarle esas tarifas tan altas. Pues bien, este comentario marcó la diferencia totalmente. Una y otra vez el sujeto al que se le había dicho que había sido humillado- y parecer un inútil- fue el que llegó a la venganza extrema. Estaba dispuesto a perder dinero y poner de su propio dinero para vengarse. En cambio, los que habían recibido una opinión favorable no llegaron a esos extremos. La conclusión es que cuando sufres un golpe en tu autoestima, tu reputación, tu imagen pública, estás dispuesto a aceptar grandes costes y pérdidas por recuperarla y por castigar a la persona que te ha herido.

Termino con una historia que cuenta Baumeister en Evil Inside human violence and cruelty, que ilustra la importancia del público. Un hombre entra a un autobús en Brasil. Está enfadado, entra empujando hasta la mitad del autobús. Un hombre más joven y pequeño, que es el que luego cuenta la historia, está de pie en su camino. Al violento le cae mal porque lleva una camiseta muy limpia, o por lo que sea, y le da un empujón en la espalda con el codo. El joven se gira y mira al otro hombre. En una lucha justa probablemente perdería y luchar no es una buena idea, pero él también tienen sus propias frustraciones y no quiere ceder y echarse atrás. Mira al hombre con una mirada intimidatoria y peligrosa, que ha practicado para estas ocasiones. El hombre mayor se sorprende de esa mirada sin miedo. El joven le pregunta qué quiere. El hombre mayor, a pesar de su superioridad física, baja la cabeza en un ligero signo de sumisión y disculpa. Ahí termina el incidente. Lo que podría haber sido una violenta pelea acaba pacíficamente. Cuando el hombre joven contó la historia al antropólogo Daniel Linger hizo una observación crucial. Cuando le habló al hombre mayor lo hizo en una voz muy baja, de manera que ningún pasajero pudo oírle. Esa fue la única manera de que el incidente acabara pacíficamente. El hombre mayor reculó y aceptó una pequeña humillación, pero no lo habría hecho si los pasajeros lo hubieran visto. Si la cosa se hubiera convertido en pública ya no habría sido una cosa entre ellos dos y en ese caso tienes que dar una satisfacción a la gente que está mirando. La audiencia confiere realidad social a los sucesos y ya no puedes pretender que algo no ha ocurrido.

La moraleja es que tengas mucho cuidado a la hora de humillar, ridiculizar o hundir la reputación de una persona -sobre todo un hombre joven- en público, y mejor que no lo hagas a no ser que tengas una buena razón, o sepas muy bien lo que estás haciendo

@pitiklinov en Twitter

Referencias

Brown, Bert R. The effects of need to maintain face on interpersonal bagaining Journal of Experimental Social Psychology, Vol 4(1), 1968, 107-122. doi: 10.1016/0022-1031(68)90053-X

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífico artículo al que no tengo más remedio que dar difusión.

Solo una cosa. No te habrás dado cuenta pero has cometido una falta de ortografía grave. Unos renglones debajo de la foto de los pistoleros hay un "hecho" sin h. ¡Cámbialo rápido!

Pitiklinov dijo...

Muchas gracias, voy con ello :-)

Anónimo dijo...

muy buen articulo.....simple ...concreto y eficiente....




U.J.