jueves, 29 de enero de 2015

Las depresiones que no vuelven

Jonathan Rottenberg es un psicólogo profesor de la universidad de South Florida, donde dirige el  Mood and Emotion Laboratory, que, como él dice, ha estado en los dos lados de la depresión: el de profesional que trata de ayudar a las personas que la padecen y en el de persona afectada de depresión. Rottenberg ha escrito un libro, The Depths, donde habla de los orígenes evolutivos de la depresión y aborda el problema de la epidemia de depresión que estamos padeciendo y que, según las previsiones de la OMS hará que en 2030 la depresión sea la primera causa de discapacidad en el mundo. En esta entrada quería comentar uno de los aspectos que trata en su libro porque es un tema poco conocido y estudiado, el de las depresiones que no recidivan, que no vuelven: existen personas que tienen una única depresión en su vida, las llamadas depresiones de episodio único (SLED: single lifetime episode of depression)

Rottenberg padeció un cuadro depresivo muy grave, y refractario al tratamiento, que duró unos 4 años. Llegó a estar ingresado durante un mes (acaba de publicar en Twitter su consentimiento informado al ingreso hospitalario) y en todos esos años no respondió a diversos antidepresivos y psicoterapias. Además, tiene antecedentes de depresión en la familia. Pero, a pesar de ello, han pasado 20 años y Rottenberg no ha vuelto a sufrir ningún otro episodio depresivo. El mismo Rottenberg, por tanto, es un caso de SLED, de depresión de episodio único (por ahora)

La visión actual en Psiquiatría es que la depresión es una enfermedad crónica y recurrente, donde te recuperas de un episodio pero no te recuperas de la enfermedad. Según las estimaciones actuales, el 60% de las personas que sufren una primera depresión mayor sufrirán un segundo episodio, el 70% de los que sufren un segundo episodio sufrirán un tercero y el 90% de los que sufren un tercer episodio tendrán posteriores recaídas. Cada nueva recaída conlleva un riesgo del 10-20% de convertirse en crónica e irreversible. Sin embargo, esta visión pesimista se olvida de una cosa muy importante, de que el 40% de las personas que sufren una depresión no vuelven a sufrir una segunda.

Estudios recientes bastante fiables encuentran que de un 40 a un 60% de las personas que sufren depresión no vuelven a tener un nuevo episodio. No hay estudios durante toda la vida, por lo que estas cifras son todavía discutibles pero el estudio de Eaton y cols llega a seguimiento de 23 años y hay otro estudio con resultados parecidos, que es un estudio de cohorte de larga duración, el Lundby Study (1947-1997). Si estos datos son ciertos, nos encontramos ante un replanteamiento de nuestras ideas acerca de la depresión. Por un lado, nos podemos plantear si existen en realidad dos tipos de depresiones: una aguda y otra crónica recidivante. Y nos encontramos también con que los casos de SLED no han sido prácticamente estudiados con lo que nos perdemos la oportunidad de aclarar qué factores de riesgo predisponen a la recidiva o qué factores pueden proteger de volver a padecer una depresión. También es muy probable que muchos casos de SLED no sean identificados por la persona que los sufre como una depresión y no acudan a consulta con psiquiatra, o incluso ni siquiera con su médico de cabecera.

También plantea este enfoque que podemos cuestionarnos si diferentes episodios de depresión a lo largo de la vida son en realidad la misma enfermedad o son enfermedades diferentes. Imaginemos que una persona se deprime con 20 años tras una ruptura amorosa y sufre ánimo bajo, agitación psicomotora, desesperanza, y sentimientos de inutilidad. Supongamos ahora que la misma persona a los 78 sufre otra depresión sin un desencadenante pero con trastornos cognitivos, retraso psicomotor, sentimientos de culpa e hiperdensidades en el TAC cerebral. Igual no es la misma enfermedad sino dos cuadros de depresión por etiologías diferentes.

Se trata de un campo nuevo de estudio que abre muchos interrogantes. ¿Cómo es posible que personas con una probada vulnerabilidad a la depresión no sufran recidivas? ¿Es sólo la buena suerte de no sufrir factores desencadenantes de suficiente intensidad? ¿Se hacen estas personas más fuertes y resistentes a la depresión tras un episodio? ¿Serían estas personas menos vulnerables a la depresión que alguien que no la ha padecido nunca?

El caso es que para mucha gente parece que la depresión es una condición aguda y limitada y que estas depresiones que no vuelven abren una vía de optimismo para las personas que padecen depresión y para los profesionales que las tratan e investigan.

Rottenberg tiene cuenta en Twitter: @JonRottenberg, donde se dedica a combatir el estigma de la depresión.

Referencia:



sábado, 24 de enero de 2015

Cerebro Moral y Responsabilidad

En esta entrada voy  a defender que existe una red “neuromoral” en el cerebro, es decir, un “órgano” o hardware dedicado a la moralidad. Esta red, siguiendo la ley de Murphy, puede averiarse y dar lugar a unas respuestas emocionales atenuadas ante la posibilidad de hacer daño a los demás y realizar conductas psicopáticas. La conclusión más evidente de estos hechos es que no se puede juzgar en el mismo plano la conducta de alguien que tiene su cerebro moral intacto con la de alguien que tiene su cerebro moral averiado.

La moralidad es innata en el ser humano pero no voy a ocuparme de esto aquí. Remito al lector a la obra de Frans de Waal,  y en particular a su libro Primates y Filósofos: La evolución de la moral del simio al hombre, para ver que los ladrillos de la moralidad están ya presentes en nuestros primos, los simios. Remito asímismo a la obra de Paul Bloom, Just babies. The origin of good and evil,  para ver cómo aparece la moralidad, las conductas prosociales y el altruismo en niños pequeños antes de tener lenguaje verbal y haber sido socializados. Entonces, si existe un “sentido moral”, debería haber unos mecanismos cerebrales para la moralidad y deberían existir pacientes con trastornos cerebrales que tuvieran una moralidad dañada.  Y es en esto en lo que me voy a centrar en este post, en las pruebas de que esa moralidad innata tiene un asiento en el cerebro y para ello me voy a referir a ciertos cuadros clínicos y a estudios de Resonancia Magnética funcional en sujetos normales, en psicópatas, en psicopatías adquiridas por lesiones cerebrales, y en la demencia frontotemporal. La evidencia neurobiológica apunta a una zona, la corteza prefrontal ventromedial,(CPFVM) especialmente en el lado derecho y a algunas otras áreas relacionadas con ella.

Estudios en sujetos normales

Los investigadores han realizado Resonancia Magnética funcional (RMf) en personas  normales mientras se enfrentaban a una serie de dilemas morales. Las principales áreas implicadas en estas tareas han sido la corteza prefrontal ventromedial (CPFVM) y el adyacente córtex orbitofrontal y ventrolateral (COF/VL), la amígdala y el córtex prefrontal dorsolateral (CPFDL). El CPFVM añade valor emocional y moral a los eventos sociales, anticipa sus resultados futuros y participa en la Teoría de la Mente (ToM), la empatía, la atribución de intención y tareas relacionadas. La COF/VL media las respuestas sociales asertivas e inhibe respuestas impulsivas, automáticas o amigdalares. La amígdala media la respuesta a las amenazas y el aprendizaje aversivo social y moral . La CPFDL aplica análisis racional a las situaciones morales. Hay otras regiones que también se activan pero las vamos a omitir para no complicar demasiado lo esencial (ver primer artículo de referncias).

Simplificando, la región esencial de este sistema neuromoral sería el cortex prefrontal ventromedial (CPFVM). En los estudios de Greene con los famosos dilemas de los tranvías esta zona se activa en los “dilemas personales”, es decir, en el malestar que se siente ante la idea de de ser el agente directo que provoca un daño, como en el caso de tirar a una persona desde el puente para que bloquee al tranvía. La CPFVM participa en emociones prosociales, afirmativas y de vínculo social. También participa en la culpa junto con la corteza orbitofrontal derecha. La CPFDL se activa, por contra, en los dilemas impersonales, en los que nosotros no somos la causa directa del daño.

En experimentos de “castigo altruista”, el deseo de castigar a los que violan las normas morales, también se activa la CPFVM. Por otro lado, la Teoría de la Mente (ToM) y la empatía son dos procesos muy relacionados con la moral. La ToM implica a la CPFVM que facilita la apreciación de que los demás tienen pensamientos sentimientos y creencias. Los aspectos cognitivos de la empatía, como tomar la perspectiva de otra persona e identificarse con ella, también implican la CPFVM.

Estudios en Psicópatas

Los psicópatas tienen alteraciones en medidas psicofisiológicas como por ejemplo mínima alteración de la frecuencia cardíaca, de la conductividad de la piel o de la respiración cuando se les ponen imágenes de miedo, estresantes o desagradables.  Y tienen también una respuesta autonómica disminuida ante el malestar de los demás así como un reconocimiento disminuido de expresiones de miedo y tristeza. 

Las personas que cometen delitos violentos tienen alta incidencia de alteraciones neurológicas. En un estudio casi 2/3 de ellos tenían diagnósticos neurológicos como  traumatismo craneoencefálico, retraso mental, parálisis cerebral, epilepsia, demencia y otros. Como vimos al hablar de los estudios de Kiehl, los psicópatas no aprenden del castigo y no inhiben sus conductas de riesgo. Como ha demostrado Kiehl y otros, existe una reducción de la sustancia gris  en toda una serie de estructuras frontales y en lo que él llama la región paralímbica que implica todas las estructuras que hemos mencionado hasta ahora. Además, existe una relación entre esta reducción de sustancia gris y el grado de psicopatía: a menos volumen de cortex prefrontal mayor tendencia a conductas psicopáticas.

Por otro lado, los psicópatas tienen una función reducida de la amígdala, lo que hace que no tengan miedo porque esta estructura está implicada en el condicionamiento aversivo y del miedo. Estudios en animales muestran que la disfunción temprana de la amígdala da lugar a disfunciones en la CPFVM y en la COF/VL. Esto puede hacer que los psicópatas no sientan aversión ante el daño a los demás y el sufrimiento de la víctima.

Estudios en Psicopatía adquirida

Así como los psicópatas “normales” vienen de fábrica con sus alteraciones existen casos de lesiones cerebrales que provocan conductas similares a las de los psicópatas. Hemos de mencionar aquí a Phineas Gage, que sufría lesiones en la CPFVM (y otras zonas) pero también hay muchos ejemplos de pacientes que han sufrido traumas, tumores, infecciones o roturas de aneurismas en CPFVM y COF/VL. La conducta de estos individuos es desinhibida, irresponsable, incapaces de controlar su conducta social, insensibles a los patrones normales de lo correcto y más proclives a la violación de los valores. Muchos de ellos jugaban, se gastan el dinero sin control, son incapaces de mantener su trabajo y muchas veces acaban divorciados por su comportamiento anómalo. Estos individuos muchas no pueden contener la agresión y tienen conductas violentas y algunos de ellos no tienen tampoco ningún tipo de remordimiento o culpa. Comparados con sujetos normales, juzgan tranquilamente que violaciones morales son aceptables.

Quiero enfatizar una característica que considero muy importante, porque es un error que se comete con frecuencia al juzgar a estos pacientes y a los psicópatas de neurodesarrollo (los normales). Los sujetos con lesiones de la CPFVM mantienen el conocimiento y el razonamiento moral. Es decir, saben diferenciar las normas y verbalizar qué es lo que está bien y lo que está mal…pero no son capaces de actuar en base a este conocimiento. Es decir, estos pacientes no son capaces de actuar en base a su conocimiento moral, por los déficits en los sentimientos afiliativos, motivacionales, por no poder anticipar las futuras consecuencias, etc. Una explicación parcial de este rasgo es que el conocimiento moral se almacena también en otras regiones fuera de la CPFVM, particularmente en el lóbulo temporal anterior derecho.

Antonio Damasio ha estudiado este tipo de pacientes y la conclusión clara es que presentan alteraciones en la conducta moral y social. De hecho, Damasio se encontraba con el problema de que las compañías de seguros no cubrían la enfermedad de los pacientes porque en aquella época se realizaban sólo pruebas de inteligencia, cuyo resultado es normal en estos pacientes. De ello, las compañías deducían que no había ningún daño y que la anómala conducta de los pacientes no se debía a enfermedad. Por lo tanto, hay que saber separar incompetencia mental o intelectual de incompetencia moral, no son lo mismo. Insisto: “saber” lo que esta bien o mal no implica “poder” hacer el bien y el mal.


Es muy interesante el caso de pacientes que sufren estas lesiones en el polo frontal en la infancia. El propio grupo de Damasio publicó un artículo con el caso de dos adultos que sufrieron las lesiones  con anterioridad a los 16 meses de edad. Estas persona mostraban una conducta gravemente alterada pero con una cognición normal. Eran insensibles a las futuras consecuencias de sus decisiones, y su razonamiento moral y social estaba dañado. Esto demuestra que un daño prefrontal temprano da lugar a una clínica psicopática, porque probablemente altera el proceso de adquisición de las normas morales.

Estudios en Demencia Frontotemporal

La característica principal de los sujetos con demencia frontotemporal es la transgresión de las normas incluyendo conductas psicopáticas, pérdida de empatía y de apreciación de los sentimientos de los demás, pérdida de la capacidad  de insight de las consecuencias de su conducta. Conductas sociopáticas ocurren en más de la mitad de los pacientes: robos, shoplifting, conducta sexual inapropiada, agresiones físicas y actos de violencia. Recientemente he visto un caso personalmente y se caracterizaba por conductas sexuales inapropiadas, masturbación en público, peleas con vecinos, falta de empatía, pérdida del control de impulsos y ninguna preocupación por las consecuencias de sus actos.

Conclusiones

La evidencia de todos los tipos de estudios mencionados sugiere que existe una red neuromoral en el cerebro que promueve la cohesión social y la cooperación. Esta red comprende principalmente la CPFVM , la COF/VL , la amígdala y otras estructuras relacionadas. Cuando algún paciente se presente por primera vez con un cambio de conducta de tipo moral y social hay que considerar la posibilidad de una lesión cerebral. Pacientes con lesiones en CPFVM y estructuras relacionadas han cometido delitos y han sido encarcelados.

¿Dónde nos deja esto? Pues en que no es lo mismo una persona con el sistema moral prefrontal intacto y una que no lo tiene; las personas con lesiones en la red neuromoral tienen la brújula moral rota. Vuelvo a insistir en que debido a su incapacidad para controlar sus impulsos y demás déficits morales no es un buen argumento decir que saben diferenciar el bien del mal y que son, por tanto, responsables de sus actos. Insisto en no igualar incompetencia moral con incompetencia mental o intelectual. Para ser considerado responsable la persona tiene que tener la capacidad de poder actuar de otra manera. Cuando el cerebro moral está lesionado, actuar de modo alterantivo no es posible.

Esto nos lleva a la conclusión de que la manera en que enfocamos en la mayoría de las sociedades occidentales (donde hemos sobreestimado la importancia de lo racional) la valoración de las cuestiones de responsabilidad y el funcionamiento del sistema legal a este nivel no es compatible con los hallazgos de la neurociencia. Tarde o temprano tendrá que cambiar. La mayoría de psiquiatras (el propio Robert Hare incluido) sigue pensando que la psicopatía no mitiga la responsabilidad penal. Esto ya no se puede sostener a la vista de las pruebas existentes: los psicópatas tienen alteraciones en funciones que afectan su responsabilidad (ver en especial el artículo de Cordelia Fine y Jeanette Kennet de las referencias).

Hablar de las posibles alternativas al sistema actual alargaría esta entrada más de lo que ya lo es, pero sí quiero decir una última cosa. Que no sean responsables no quiere decir que necesariamente haya que dejar en libertad a los psicópatas o no se les pueda castigar. Las visiones teóricas del castigo legal se agrupan principalmente en dos tipos de teorías: las retributivas y las utilitaristas. La visión retributiva mira al pasado y se centra en el agente del acto y en su relación con ese acto. Para castigar desde el punto de vista retributivo el criminal tiene que merecerlo y de ahí atribuirle libertad y posibilidad de actuar de otra manera. Pero la visión utilitarista mira al futuro y a las consecuencias para la sociedad y los individuos del castigo y no precisa de que el castigo sea merecido. Desde una óptica utilitarista se puede castigar a un psicópata por el peligro que supone para la sociedad. Un abordaje basado en la defensa propia, por ejemplo, nos provee de un buen argumento teórico para castigar. Lo que no podemos es basar ya las decisiones legales en lo que las estamos basando actualmente, en que los psicópatas son libres para actuar de otro modo.

@pitiklinov

Referencias







domingo, 18 de enero de 2015

Envidia, Desprecio y Estatus

En esta entrada voy a comentar el libro de Susan Fiske Envy up, Scorn Down. How status divide us. Lo primero que tengo que decir es que no es un buen libro, no está bien escrito, es muy difícil de leer y no está bien organizado. Si eres psicólogo, sociólogo o economista y te interesa el estatus y las emociones que se relacionan con él, como la envidia o el desprecio, probablemente te será beneficioso leerlo, pero si eres una persona inquieta interesada en el tema, no es un buen libro de divulgación. Pero, a pesar de ello, aporta mucha información y estudios y voy a intentar extraer alguna enseñanza. (El esquema teórico que maneja Fiske es el que describí en el post anterior sobre las dos dimensiones básicas calidez y competencia)

Los seres humanos nos estamos comparando continuamente, somos unas máquinas de compararnos. Pero no sólo nosotros, los perros y los chimpancés lo hacen también; hasta los pollos tienen un orden de picoteo. Estas comparaciones nos dividen y nos generan malestar y a veces agresividad y conflictos. A los que tienen más o están más arriba en la jerarquía les envidiamos, y a los que tienen menos les despreciamos o sentimos incluso asco. Es muy difícil que los grupos y organizaciones funcionen sin una jerarquía. Incluso en las compañías más igualitarias los investigadores han encontrado jerarquías. El libro trata de todos los tipos de comparaciones y al final intenta dar algún consejo para superar este rasgo de nuestro diseño biológico.

Primero algunas cifras que reflejan que vivimos en una sociedad desigual. Los datos son de USA pero probablemente son aplicables a otros países, aunque hay que tener en cuenta que USA es el país con mayor desigualdad económica entre todos los países desarrollados. Por ejemplo, los ingresos de los CEOs en los últimos 40 años han pasado de ser 24 veces el sueldo de un trabajador medio a ser 185 veces ese sueldo medio. La riqueza del 1% más rico de USA ha aumentado un 120% en los últimos 30 años y la de la clase baja un 4%. En 2008 el 5% más rico de la población se llevó el 50% de los ingresos mientras  que el 5% más pobres se llevó el 3%. También parece verdad que a nivel global la desigualdad ha disminuido en el mundo. En USA este problema lleva la connotación de que debido a la ética protestante del trabajo la gente cree que tenemos lo que nos merecemos, que si trabajas duro triunfas así que si eres pobre es tu culpa. A los pobres se les ve como incompetentes y se les culpa de su suerte por ser vagos, inmorales y estúpidos. (ver entrada anterior y el lugar que se daba a los pobres en esa dimensión de competencia).

La envidia y el desprecio son emociones que nadie quiere tener, que no nos gusta reconocer, porque nos dejan mal y dan una mala imagen de nosotros mismos. La envidia revela nuestras carencias y el desprecio nuestra catadura moral. Fiske , al igual que otros, habla de dos clases de envidia: la benigna y la maligna. Envidia benigna sería: “Me gustaría tener lo que tú tienes”. En algunos idiomas como holandés, polaco o tailandés, existe una palabra para este tipo de envidia que denota emulación, inspiración y motivación para mejorar. La envidia maligna sería: “Me gustaría que no tuvieras lo que tienes”. Evidentemente son las dos soluciones para igualar una diferencia  cualquiera: o yo subo a tu nivel o te bajo a ti al mío. Luego está la emoción de la schadenfreude que es la alegría por la desgracia ajena y que ocurre cuando a alguien que envidiamos le salen las cosas mal.

El desprecio es más difícil de reconocer. es algo comprobado eu las personas de más estatus reciben mucha más atención que las de bajo. Va en el interés de los subordinados controlar lo que hacen los dominantes por lo que les pueda pasar. Sin embargo los dominantes no necesitan preocuparse de controlar  a los débiles. De hecho, el silencio es la expresión más perfecta de desprecio, como decía George Bernard Shaw. El desprecio es la ausencia de respeto, la falta de atención y la incapacidad de considerar al otro. Normalmente, somos menos conscientes cuando no hacemos caso o ignoramos a los que están por debajo de nosotros y nos duele mucho más la envidia que es más evidente para nosotros. Como los psicólogos son también personas, a ellos les ha interesado más la envidia y el desprecio es, por tanto, una emoción mucho menos estudiada.

Susan Fiske ha estudiado la imagen cerebral de la envidia y el desprecio. Un hallazgo impresionante es el siguiente. Hay una parte de nuestro cerebro que se activa cuando encontramos otra gente, especialmente cuando pensamos en sus sentimientos y pensamientos. Es la corteza prefrontal medial. La corteza prefrontal medial se enciende cuando encontramos a otra gente. Sin embargo, los grupos sociales que producen desprecio y asco (homeless, drogadictos, etc.) no hacen que se nos encienda la corteza prefrontal medial. Es como si no les atribuyéramos una mente y no esperáramos interactuar con ellos; como si los hubiéramos deshumanizado y les negáramos los atributos típicamente humanos.

En sus estudios sobre la neuroenvidia, Fiske ha observado que lo primero que tenemos que notar es la discrepancia entre ellos y nosotros y que ellos son mejores. Luego tenemos que prestarles atención si queremos controlar nuestro propio destino. Pues bien, el detector cerebral de la discrepancia es la corteza cingulada anterior (CCA) y los estudios neurológicos de la envidia detectan activación de la corteza cinglada anterior. Como ya he señalado cuando pensamos en otras personas se activa la corteza prefrontal medial,por ejemplo cuando mujeres observan modelos de buen tipo lo que las pone ansiosas. Estudiantes que observan modelos en los que ellos querrían convertirse (gente de negocios, gente rica) también muestran activación de la corteza prefrontal medial (como ya he dicho no se activa ante gente que despreciamos). 

En cuanto a la firma neurológica del desprecio lo que vemos es una activación de la ínsula, que es una estructura que tiene mucho que ver con el asco. Reaccionamos antes los marginados como si estuvieran contaminados, tanto moral como físicamente. Y en la shadenfreude lo que vemos es una activación del estriado central que es parte del circuito de recompensa. Es decir, la desgracia de una persona envidiada activa nuestro circuito del placer.

La envidia y el desprecio dan lugar a problemas de salud y a conflictos sociales. Los poderosos o envidiados son vistos como fríos (por eso Bill Gates y otros hacen fundaciones humanitarias para añadir un poco de calidez a su alto grado de competencia) y la gente siente animadversión y resentimiento contra ellos. Se les ve como que han sacrificado una parte de su humanidad para triunfar y que son un poco autómatas o androides. También se suele pensar que están conspirando y en general esa envidia contra los privilegiados despierta deseos de hacerles daño.

La envidia es mala para la salud, nos corroe, como se dice. Lo que no soportamos no es estar mal, es estar peor que otros. Nos hace sentir inferiores y nos da un síndrome de bajo estatus que tiene un coste en nuestra salud. Sapolsky ha estudiado la salud en mandriles y ha observado que es peor en los sujetos de menos estatus. Sentir hostilidad es un factor de riesgo para enfermedad cardiovascular. Las desventajas del desprecio a todos niveles son evidentes. Pero a pesar de estos inconvenientes la envidia y el desprecio son ubicuos en nuestra vida.

¿Por qué nos comparamos? Pues por varias razones: para saber quiénes somos y dónde estamos, para proteger nuestra autoestima y para identificarnos con nuestro grupo, con nuestros iguales. Como decía, todos los seres vivos tienen jerarquías y es esencial saber donde está cada uno para que no te caiga un chorreo por no colocarte en tu lugar. La comparación nos aporta información acerca de nosotros mismos y eso nos puede ayudar a mejorar. Se puede decir que la necesidad de compararnos tiene que ver con la necesidad de conocer y de controlar. También necesitamos sentirnos bien con nosotros mismos - por lo menos, lo suficiente para salir de la cama por las mañanas- y para ello nada mejor que compararnos con alguien inferior. 

Por otro lado, es muy importante para una criatura social como nosotros ser aceptados por el grupo. Estudio tras estudio demuestra que nuestra autoestima procede de los sentimientos de sentirse incluido o excluido por el grupo. Tenemos una necesidad básica de pertenencia y para ser nosotros mismos tenemos que identificarnos con algunos grupos. Por lo tanto, tengo que compararme con los otros miembros del grupo para ajustarme a su conducta y sus valores.

Una última cosa antes de llegar a las posibilidades de hacer algo para cambiar las cosas. Fiske trata en un pequeño apartado el tema del populismo en relación al estatus y el desprecio. Habla del populismo  como un eje en la tradición política norteamericana, pero os cuento un poco lo que dice. Habla de grupos que expresan el resentimiento del pueblo hacia las élites. El populismo aparece en tiempos de crisis en los que la gente tiene la sensación de que algo va mal, de inseguridad y en los que el pueblo se siente despreciado, excluido. Todos somos iguales pero se percibe a la gente en el poder como diferente. Aparece cuando la gente cree que no tiene el control y reclama el gobierno del pueblo cuando siente que se lo han arrebatado. La gente siente que el juego económico no es justo y que  está controlada por unos lejanos poderosos que no puede identificar muy bien. La frustración puede llevar a la agresión. Cuando la gente siente que tiene sus objetivos en la vida bloqueados, especialmente por razones ilegítimas, nos volvemos enfadados y agresivos. La rabia del pueblo procede de vivir en un mundo en el que sienten que las élites les miran con desprecio. 

Margaret Canovan explica: “ Se nos ha excluido del poder por políticos corruptos  y una élite que no es representativa y traiciona nuestros intereses, ignora nuestras opiniones, y nos trata con desprecio”. Los grupos envidiados mantienen el poder pero no lo usan para el bien común y nos desprecian. Formisano está de acuerdo en que: “los movimientos populistas obtienen energía del resentimiento contra los privilegiados económicos que manipulan el capital, la ley y la política en su propio beneficio. Al nivel más crudo protestan porque muy pocos  tienen demasiado; o muestran resentimiento contra dianas específicas, los ricos, corporaciones, políticos profesionales, élites profesionales o expertos, ingenieros sociales, burócratas, o como dijo un político populista de Kansas:” los aristócratas, plutócratas y todos demás ratas”. En definitiva, desde el siglo XIX son muchos los autores que han relacionado el populismo con el desprecio. Vosotros decidís si tienen razón.


Y llegamos a la parte de la terapia. Si la envidia y el desprecio tienen tantos problemas, ¿qué podemos hacer parra superarlas? Pues Fiske da algunos buenos consejos que me parece son muy difíciles de seguir: que conozcamos mejor a las otras personas (los envidiados y los despreciados); que no presumamos de nuestros logros para no generar envidia: evitar hablar de lo buenos que son nuestros hijos, nuestro coche, nuestra casa de campo, etc.; que evitemos las comparaciones incluso dentro de la pareja o con los amigos; que alabemos los logros y lo bueno de los demás y cooperemos con ellos…En resumen, la clave para vencer  la envidia y el desprecio es hacer que la gente se sienta más segura y valiosa.

@pitiklinov

Referencia:



sábado, 10 de enero de 2015

Las dos dimensiones básicas de las relaciones humanas

La investigación acerca de cómo percibimos a las personas y de las características que consideramos más importantes en ellas se remonta por lo menos a un estudio de Solomon Asch de 1946 en el que se pidió a los sujetos que dieran una lista de adjetivos que describieran rasgos que ellos consideraran importantes al formarnos una impresión de una persona. Décadas después, Rosenberg intentó agrupar en categorías 64 de estas características y llegó a la conclusión de que se podían resumir en dos: socialmente bueno-malo e intelectualmente bueno-malo.

En esta entrada voy a hablar del modelo de la psicóloga Susan Fiske que se apoya en los hombros de estos pioneros para construir lo que ella y sus colaboradores llaman de forma bastante rara mapa BIAS (behaviors from intergroup affect and stereotipes), pero que es fácil de entender en el fondo. Lo que Fiske y sus colaboradores han descubierto es que existen aparentemente dos dimensiones universales que diferencian a la gente. Estas dos dimensiones organizan la psicología de la cognición social del día a día. Las dos dimensiones son:
  • calidez (o intención de cooperar)
  • competencia (o estatus)
En todo el mundo la gente diferencia a los demás por si les gustan o no (calidez, intenciones de cooperar) y por respeto (competencia y eficacia, marcada por su estatus). Estas dos dimensiones básicas dan cuenta del 82% de la varianza en la percepción de las conductas sociales del día a día y, por lo tanto, explican casi por completo cómo caracterizamos a los demás.

Voy por un callejón oscuro y veo una figura humana. ¿Qué es lo primero que quiero saber? Si es amigo o enemigo. Necesito saber si las intenciones de esa persona son buenas o malas. Si la persona es de mi bando, es decir un amigo, yo asumo que es digna de confianza, amigable y sincera. Si la persona es un enemigo asumo que no tiene buenas intenciones. Decidimos quién está de nuestro lado conociendo sus intenciones de cooperar o competir con nosotros, esto es, si sus objetivos son compatibles con los míos o no.

Después de deducir las intenciones del extraño lo siguiente que me interesa conocer es si esa persona es capaz de llevar a cabo esas intenciones, si puede actuarlas. Si no puede llevarlas a cabo me preocupará menos que si puede. Esta es la dimensión de competencia, su competencia para actuar. Curiosamente, y esto es un punto clave, yo decido quién importa y quién puede actuar eficazmente por el estatus. En todo el mundo, la gente cree que el alto estatus confiere elevada competencia (difícil de creer cuando vemos quiénes nos mandan muchas veces). Pero, en general, creemos en una meritocracia y pensamos que los demás se merecen lo que tienen y, en todo el mundo, se considera que la gente que tiene altos sueldos y trabajos prestigiosos es más competente que la de bajo estatus. El mapa básico que resulta de estas dos dimensiones es el siguiente (aplicado a USA):



Es muy interesante  la rapidez con la que juzgamos la calidez. En experimentos donde se presentan caras por un tiempo de 100 ms la gente juzga la calidez de manera muy fiable, seguido por la competencia. La gente hace este juicio en fracciones de segundo realizando primero la valoración moral-social y luego la de competencia. Por otro lado, la prioridad de detectar calidez sobre competencia depende del sujeto que percibe. En particular, las mujeres, cuyo rol tradicional empatiza lo comunitario (calidez), muestran una prioridad hacia detectar calidez. Los rasgos de vida comunitaria, sociales, afectan más la vida de  las mujeres mientras que los rasgos de competencia tradicionalmente afectan a los hombres relativamente más. 

Hasta ahora hemos hablado de la percepción de individuos pero estas dos dimensiones universales son aplicables también a grupos. A la hora de juzgar grupos las dos dimensiones pueden ir correlacionadas, de manera que un grupo puntúa alto en las dos, pero también pueden ir disociadas, de manera que un determinado grupo puede puntuar alto en calidez y bajo en competencia, por ejemplo. Esta valoración social crea estereotipos y da lugar a prejuicios y a tendencias a la discriminación, como ahora vamos a ver. Los cuatro estereotipos (vuelvo a precisar que basados en la sociedad norteamericana, aunque los estudios se han replicado en muchos países) serían los siguientes (ver Figura 1):
Figura1


1- Calidez y competencia altas: gente de clase media, cristianos, heterosexuales, ciudadanos norteamericanos. Se expresa orgullo y admiración por ellos.

2- Calidez y competencia bajas: pobres (tanto negros como blancos), receptores de ayudas sociales, homeless, drogadictos, emigrantes indocumentados. Se les considera no motivados, estúpidos, hostiles y no dignos de confianza. Se les mira con desprecio y con asco. Cuando se les enseña fotos de estas personas a la gente se le activa la ínsula que es una de las estructuras cerebrales relacionada con el asco. Se les evita e intentamos que no nos contaminen.

3- Cálidos pero incompetentes: viejos, discapacitados físicos y mentales. Este grupo motiva pena y simpatía. Se les considera en un estado subordinado pero se les ve con paternalismo positivo.

4- Competentes, pero fríos: los ricos, los asiáticos, los judíos, los profesionales de sexo femenino y de minorías. Estos grupos dan lugar a envidia y celos. Esta emociones de cero resentimiento son ambivalentes porque sugieren que estos grupos tienen habilidades valiosas pero se sospecha de sus intenciones. 

Para concluir, la importancia de estas dos dimensiones no es sólo teórica, sino que dan lugar a consecuencias conductuales importantes.  Distintos tipos de  discriminación resultan de las diferentes combinaciones de calidez y competencia (ver Figura 2). Dado que la calidez es la dimensión primaria, predice conductas activas: ayuda o ataque. La competencia, al ser secundaria, predice conductas pasivas: facilitación pasiva (asociación) y daño pasivo (negligencia). De estos dos perfiles salen las diferentes conductas hacia cada grupo: 


  • Hacia los cálidos y competentes (cristianos norteamericanos) se les ayuda y nos asociamos y cooperamos con ellos
  • A los fríos e incompetentes (pobres) se les ataca activamente y se les trata de forma negligente pasiva
  • A los que dan pena (viejos y minusválidos) se les ayuda y se les trata de forma pasiva negligente. Por ejemplo al institucionalizar a los viejos se les ayuda pero se les aísla también.
  • A los grupos envidiados (judíos, ricos) producen asociación pasiva y daño activo. Por ejemplo, los vecinos pueden comprar en una tienda de estos sujetos emprendedores (outsiders) pero si hay una ruptura social se puede atacar esas mismas tiendas. Esto les ocurrió a los judíos en el Holocausto a los coreanos en los disturbios de los Angeles o a los chinos en Indonesia.

Creo que con lo expuesto es suficiente para hacernos una idea del modelo. Estas dos dimensiones dan lugar a unos estereotipos que motivan unas emociones (envidia, desprecio, etc) y estas emociones llevan a unas conductas (amigables o discriminatorias). Vosotros decidís si estas dimensiones os ayudan a entender mejor las relaciones entre personas y grupos. 

@pitiklinov

Referencia: